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Historia
Villarta de San Juan
Hablar de Villarta de San Juan es recorrer miles de años de historia en pleno corazón de La Mancha. Sus tierras ya estaban habitadas en la Edad del Bronce, como prueban los restos de motillas repartidos por sus alrededores, y más tarde también por íberos que dejaron su huella en los yacimientos próximos. Su origen como núcleo poblacional se remonta a la época romana, cuando la zona se identificaba con la mansión de Murum, en la calzada que unía Consuegra con Alhambra. Prueba de ello es su imponente Puente Romano sobre el río Gigüela, con 500 metros de longitud y 46 ojos, declarado Monumento Histórico-Artístico de carácter nacional.
Durante la Edad Media, tras la conquista de Toledo por Alfonso VI, este territorio pasó a formar parte de la Encomienda de Consuegra, bajo dominio de la Orden de San Juan. Aquí se cobraban los portazgos a quienes atravesaban estas cañadas y se construyó una fortificación defensiva que, con el tiempo, daría paso a la iglesia parroquial. En 1236, la entonces llamada Villaharta recibió la Carta de Población, consolidándose como villa. En esos siglos, fue también un espacio de convivencia entre culturas, con comunidades judías, musulmanas y cristianas compartiendo su día a día, destacando una notable presencia hebrea a finales del siglo XV.
En 1648, Villarta obtuvo el título de villa con privilegio real. Y en 1809, durante la Guerra de la Independencia, su historia volvió a sacudirse: tras una escaramuza en el puente romano, las tropas francesas arrasaron la localidad. Solo sobrevivieron algunas edificaciones, como la iglesia, la torre del Reloj y el propio puente, silenciosos testigos del coraje de sus gentes.
En el siglo XX, Villarta vivió un notable crecimiento demográfico, pasando de 1.000 habitantes en 1900 a cerca de 4.000 en los años 60. Sin embargo, la emigración y los cambios en el campo marcaron un ritmo distinto en las décadas siguientes. Hoy, quienes la visitan descubren un lugar lleno de historia, con el puente romano como emblema y con tradiciones tan vivas como la Fiesta de las Paces, que cuenta con más de cinco siglos de historia.
Incluso Azorín, en su célebre Ruta de Don Quijote, no pudo evitar dejar constancia de su encanto: “Ya hemos atravesado rápidamente el pueblecito de Villarta. Es un pueblo blanco, de un blanco intenso, de un blanco mate, con las puertas azules”.